Los años y el reloj biológico

Sí, tengo 34, 4 meses y medio de embarazo (¡merde! ¡qué rápido pasaron estas últimas 15 semanas!), no estoy casada, no tengo pareja, vivo sola y soy mamá soltera (de 1 perra, 3 gatas y próximamente de mi frijolita). #MeMueroMuerta. ¡Qué escandalo! Me pregunto qué habría sido de mi vida si hubiera nacido a principios del siglo pasado. Felizmente no fue así, así que poco me importa el qué dirá la gente. ¿La gente paga tus cuentas? ¿Se encarga de tus hijos? ¿De tu felicidad? ¿De su educación? ¿De poner el pan en la mesa? Pues no, ¿así que por qué angustiarse por lo que pueda decir o no decir la gente? La gente habla porque tiene boca. Así que al menos que tengan algo bueno para decir, o una crítica constructiva, es mejor que cierren el pico. Lo siento, pero ya desde antes que nazca mi gorda saco mis garras de mamá leona. Porque no, no seré mamá gallina, sino que le enseñaré a ser fuerte y hacerle frente a cualquier adversidad. Pobre de aquel que se atreva a hacerla sufrir. POBRE.

 

En mi primera cita pre natal, el primer doctor me disparó dos preguntas que le dieron rienda suelta a mis hormonas y me hicieron llorar apenas las oí. La primera era cuántos años tenía, y la otra si ya tenía hijos. A la primera contesté sin problemas, aunque sospechaba hacia dónde iba el tema. A la segunda contesté que no. Luego me preguntó si era mi primer embarazo. También contesté que no. Porque aunque muy poca gente lo supo en el momento, perdí un bebe hace 2 años y me ha costado muchísimo aceptarlo e inclusive contarlo. En esa ocasión solo llegué hasta la semana 10, pero cómo dolió. Fue un infierno. De hecho, el día que me enteré que estaba embarazada de Vera, fue exactamente el mismo día que me enteré de mi primer embarazo dos años antes, así que ese día fue súper feliz y un poco triste al mismo tiempo. Pero esta es otra historia que ya les contaré más adelante. Por ahora, lo único que les diré es que es una herida que ya sanó, y que por eso esta beba es tan esperada.

 

El tema es que este doctor me recetó un cocktail de progesterona so excusa de que el embrión se agarrara bien por el antecedente de la pérdida y “por mi edad”. ¡Maldita sea! ¿Por mi edad? Ahí sí que me sentí una anciana y sobre todo me hundió en una angustia terrible por no saber si mi beba estaría bien, si podría continuar con el embarazo… Los casi S/.300 que gasté en esas pastillas de progesterona hicieron que mi cuerpo se sumergiera en un mar de hormonas, náuseas, indigestión y otros síntomas poco simpáticos. Cuando me cambié de doctor y encontré al maravilloso Villavicencio, lo primero que hizo fue quitarme todas las pastillas, porque me explicó que la progesterona no era necesaria a menos que hubiera tenido un historial de más de una pérdida y que mi edad aún no era un tema de preocupación. ¡Cómo amé oír estas palabras!. Así que unos días después de dejar de tomar esas hormonas, todo volvió a la normalidad de un embarazo tranquilo y feliz.

 

Semanas después, además, pude hacerme la eco de la semana 12, y el ecógrafo me dio la tranquilidad que el riesgo de anormalidades genéticas es bastante bajo. Solo sigo rogando por que todo siga bien. Todos los sábados celebro que puedo pasar una semana más con mi piojita. ¡Qué importante es ser feliz y celebrar los pequeños logros!

 

En fin, la verdad es que desde que tengo uso de razón busco al príncipe azul en la esperanza de tener una familia feliz y vivir en una hermosa casa de campo llena de animales y cultivando mis propias frutas. No sé si engañada por las películas de Disney, o por mi mente ávida de dramas y romance, pero en mi corazoncito siempre he albergado la esperanza (aún viva) de conocer al hombre de mis sueños. En el camino encontré varios sapos, y ninguno de ellos se convirtió en príncipe por más que me los chapé. Jejeje.

 

Así que después de 34 años de buscar y buscar, y fracasar un sinnúmero de ocasiones, sentía que “el tren se me estaba pasando”, que mi reloj biológico se hacía cada vez más presente, y en las noches que pasaba con mis gatas y mi perra viendo Netflix, escuchaba el tic y el tac cada vez más claramente. Sobre todo en los últimos meses antes de quedar embarazada, cuando aún vivía una relación tormentosa en la que ambos queríamos cosas completamente diferentes en la vida. ¡Qué difícil sentirse sola y poco amada cuando vives con alguien que no es para ti! A veces cuesta sangre, sudor y lágrimas aceptar que una relación ha fracasado y que es necesario volver a estar sola. A mi me costó varios meses no solo aceptarlo, sino comunicarlo. Estaba aterrada de volver a estar sola. Pero siempre es mejor estar sola que estar en una relación sin amor.

 

Yo estaba justo en ese momento de mi vida. Había ya aceptado que esa relación no daba para más, me estaba ahogando y necesitaba desesperadamente mi soledad, mi libertad, mi libre albedrío. Necesitaba dejar de pelear todo el tiempo y volver a mi existencia pacífica. Necesitaba soltar, dejar ir y viajar un tiempo. Sola. Con mis ideas, con mis ganas de volver a ser feliz. Había empezado a considerar la posibilidad de adoptar un niño y/o inseminarme a finales de año o a mediados del próximo, pero no era una decisión tomada todavía. Lo que sí tenía claro es que quería ser mamá, y que no quería que pasara mucho más tiempo.

 

Así que di por terminada la relación y me fui a Mexico. Había planeado ir a tomar un taller de fotografía a CDMX, y de paso pasear un poco. Así que agarré mis cosas y tomé el avión hacia la próxima etapa de mi vida. Estuve 17 días viajando sola por la península de Yucatán y por sus hermosas playas. Me enamoré de Tulum, de su gente, de sus bosques, sus cenotes, sus playas de agua turquesa, de su arena blanca. Me enamoré de su silencio, de su música y su vibra positiva. Conocí CDMX, sus museos, sus restaurantes, volví a ver amigos a los que no veía hacía años e hice un grupo extraordinario de amigas fotógrafas. Juré volver. Y luego estuve lista para regresar a Lima.

 

Y a mi vuelta, ya cuando el chico del que les hablaba se hubo mudado de mi casa y pude volver a respirar tranquilidad. Poco después tuve un episodio -bastante improvisado- de pasión novelezca con mi amigo y que resultó en este bultito lleno de amor que crece en mi panza día a día. Fue una travesura/accidente feliz y del que no me arrepiento ni un segundo. ¡Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra!

 

Entonces, a pesar de todo lo que les he venido contando y saber que moría de ganas de ser mamá, hay partecitas de mi que se arrepienten por breves instantes de no haber sabido esperar un poco más. Pero esta idea desaparece rápidamente de mi cabeza. Me avergüenzo inclusive de siquiera pensar en arrepentimiento. Por ahí alguna vez oí que no hay mamá que no se haya arrepentido al menos un poquito de haber tomado la decisión de tener hijos. Así que yo creo que una nunca se siente completamente preparada para procrear. Y ese momento en que te enteras que viene un crío, es cuando empieza la bipolaridad absoluta. Aún cuando hoy en día una gran parte de las mujeres de mi generación posponen la maternidad hasta bien entrados los treinta, creo que seguimos teniendo la sensación de que podríamos haber cumplido más sueños o metas antes de cambiar pañales y dar la teta. O tal vez ¿me equivoco?. Desde mi punto de vista, por más que tengas la certeza de que estás lista para hacerte cargo de una pequeña personita, supongo que siempre queda la sensación de que podrías haber viajado más, conocido más, estudiado más, hecho más. De que podrías esperar a tener el carro, el depa o el matrimonio perfecto. Aún cuando terminaste la universidad hace años, igual que la maestría, tienes una pequeña empresa, ya has viajado, te has juergueado y te has divertido todo lo que has querido, aún queda la sensación de “¿y si me adelanté?”. Por momentos aún me cuestiono si tal vez debí haber esperado un poco más a conocer a alguien que me acompañe en esta loca aventura de la maternidad. Pero ¿y si nunca aparecía? ¡Me iban a salir raíces de seguir esperando! Así que la vida pasa mientras uno hace planes. Ya tampoco me preocupo, porque ya sé que conoceré al amor de mi vida en unos meses. Solo le pido al universo que siga siendo amable y que me permita llegar a término y poder conocer a esta personita que tengo dentro. Y que esté sana. Y que me ayude a enseñarle a ser feliz.

 

Por cierto, el 19 de agosto empecé a sentir que se movía un pescadito en mi panza. Pero ese día no me quedó muy claro si era Vera, o si tal vez era un gas. Hoy, ya con 19 semanas y media de embarazo, sí puedo decir que mientras escribo este post y lloro de felicidad y luego sonrío, mi piojita está bailando lambada dentro de mi panza. ¡Soy feliz!

Tags:
No Comments

Post a Comment

English English French French Spanish Spanish